He dicho en alguna ocasión que en Totana a veces cambiamos el verdadero nombre de las calles o plazas por algún detalle accesorio como el de un establecimiento, como ocurre con la Plaza de Juan Miguel Marín, antes llamada Plaza del Francés, pero más conocida como Plaza del Chamones debido a que la taberna ha impreso más carácter que las denominaciones de la Administración, pues es el pueblo el que en definitiva marca la pauta ciudadana. En el caso de esta rotonda que se encuentra sobre el túnel del desvío, en la entrada desde la carretera de Mazarrón, presidida por el escudo de la ciudad, obra del escultor Anastasio Martínez, se denomina en realidad Plaza del Príncipe de Asturias, aunque todo el mundo la llama como se inicia este artículo.
El conocidísimo Bar la Turra, lamentablemente cerrado por jubilación del último propietario, Aniceto, y la negativa de los hijos a continuar un negocio tan esclavo, fue abierto sobre los años 50 del pasado siglo por Juan Rodríguez Tomás, que compró el solar uno o dos años antes, edificó la vivienda y su esposa Juana Mula Peñas abrió una pequeña tienda de comestibles para atender a las gentes que salían o entraban al pueblo desde y hacia el campo.
Tras varios años, Juana la Turra decidió con su esposo ampliar el negocio y unido al comercio construyó una barra y se convirtió en taberna. Ella y el esposo atendían a los clientes de ambos negocios y decidieron dar comidas que ella cocinaba y alcanzó un cierto reconocimiento siendo desde entonces conocido como Bar la Turra.
La hija del matrimonio María Rodríguez Mula se casó con José Mula León que continuaron en 1956 el negocio decantándolo exclusivamente como bar, que abría al amanecer para atender a los trabajadores del campo y los recibía a su regreso con vasos de buen vino jumillano y tapas de su cocina.
Cuando llegaron los tiempos de senectud, el hijo de este matrimonio Aniceto Mula Rodríguez se casó con Elena García Sánchez y se hicieron cargo de La Turra. Eran tiempos nuevos y Aniceto, hombre inteligente muy bien acompañado de su joven esposa, modernizó la taberna convirtiéndola en un bar clásico en el que la cocina era el santo y seña, mayor amplitud de tapas, cerveza de barril y la clientela se amplió siguiendo La Turra con el carácter que tenía.
En la barra reinaba Aniceto con un gran sentido del humor y lleno de humanidad y en la cocina sentó sus reales Elena, entre ambos pusieron a la venta tapas nuevas, platos de cocina tradicional con la perfecta ejecución de una cocinera de buen gusto y una limpieza que traslucía su propio aspecto y gran sonrisa. Es difícil enumerar las tapas y su calidad, la sangre frita con cebolla, la magra con tomate, las gambas al ajillo y todos los clásicos platos de nuestra cocina servidos en pequeñas raciones para acompañar su buena cerveza de barril o sus vinos.
En la mesa la excelente cocina totanera con exquisita calidad, buena cantidad y razonables precios que hicieron que estuviera lleno a cualquier hora. A primeras de la mañana los cafés y las copas para marchar al trabajo, los almuerzos que llenaban el bar empalmando con los aperitivos, continuando con la comida y así todo el día.
Aniceto es un gran pescador con amigos en la lonja de Mazarrón y decidió dar a su clientela los fines de semana el marisco más fresco, gambas, almejas, mejillones o calamares, con pescado del día como sardinas, boquerones, móllera, bacaladilla y otros que hicieron la delicia de los clientes por su calidad y además con precios que se podían pagar.
Recuerdo con agrado aquellas mañanas en que dejaba a mi mujer en su trabajo y antes de ir al mío, aparcaba el coche en la puerta y tomaba un café entre chistes y bromas con Aniceto y algunos de los habituales clientes a los que ya conocía aunque solo fuera de vernos allí.
Criaron cuatro buenos hijos que no quisieron continuar el negocio familiar, por cuya razón cuando Aniceto tuvo una interesante oferta, con 63 años cumplidos decidió vender y retirarse a pescar como emérito y a disfrutar de sus nietos. Lamentablemente, la guapa Elena no le acompañó mucho tiempo pues hace poco una cruel enfermedad se la llevó del disfrute de su familia y de los que la conocíamos.
Juan Ruiz García